Piquen el siguiente link y vean: El vídeo de nuestro equipo sobre el Malecón de Veracruz :)
Crónica
del Malecón de Veracruz.
Las
aguas en calma, las olas ausentes, las pieles pegajosas, los automóviles
bulliciosos, los pies calientes, las calles vivas, las palmeras bailarinas, los
buques andariegos, todos se han reunido a las orillas del mar, cerca del Malecón
de Veracruz, para atestiguar la crónica de la vida diaria de éste paseo emblemático
del puerto de este estado.
El Malecón está vacío a mediodía. El sol se
abalanza sobre cualquiera que se atraviese bajo su camino, asustando hasta a
los mosquitos. Venustiano Carranza es el único que sabe cómo mantener su figura
de cobre de más de 10 metros sin escurrir gota de sudor alguna.
Un grupo de muchachos de piel canela y
complexión escuálida preguntan a la gente que camina por ahí: “¿Le saco una moneda
del mar? ¡Aviéntela y verá que la traigo de vuelta!” Lo que pocos saben es que
esa moneda jamás regresará a sus manos.
Siguiendo la línea, los adoquines oscuros que
cubren el suelo del Malecón, ahí donde el mar choca contra una pared de concreto,
se encuentra el Mercado de Artesanías Miguel Alemán Valdés. Abundan los
pequeños productos también conocidos por todo visitante como “recuerditos”. Las
conchas para la tía, las chanclas para el sobrino, las playeras para los
amigos, los vestidos para las ahijadas, las tazas para las abuelas, las
postales para el que falte.
Es abril y ya ha llegado la primavera-cruzana a estas tierras, la cual justamente al otro lado
de la calle, viene saludando con sus calurosos amaneceres a los comensales y a
una bailarina de vestido blanco, que taconea al ritmo de un son jarocho
instrumentado por dos jaranas y un arpa dentro del Gran Café La Parroquia.
Afuera los marimberos se preparan para iniciar el espectáculo, para quienes en
unos minutos, entren al restaurante a almorzar.
Una par de marinos recorrían el paseo, desde el mercado
de artesanías hasta la torre de Pemex y de regreso. Mientras pasaban entre la
gente sonaba en algún celular la canción de Celebration
interpretada por Kool & The Gang. Los marinos pasaron de ser los hombres con
las botas pesadas y el rostro cubierto a un par de personas disfrazadas que
caminaban con singular gracia.
A los habitantes del lugar la presencia de la
Marina les da una sensación de seguridad tremenda. Aseguran que las cosas han ido
mucho mejor desde que “los policías marinos” vigilan las calles del municipio.
En cambio a los turistas les asusta la idea de observar a encapuchados
envueltos en sus trajes militares rondando con metralleta en mano como si fuera
de lo más natural del mundo.
Cerca del mercado, tres jóvenes en patines, se
deslizaban velozmente entre la muchedumbre, un ave negra bajó para tomar con su
pico algunas migajas de pan, y un vagabundo de piel negra platicaba con el
aire. Juventud, alas y desamparo. Un pequeño retrato de la sociedad.
El Malecón se encontraba mudando de piel, la
remodelación le venía bien. A la mitad del paseo descansa una botella de Coca-Cola llena de thiner y un
nivelador. Algunas piezas de adoquín brillaban, pero por su ausencia. Un grupo
de trabajadores colocaba una pieza de metal negro para terminar de adornar las
recién estrenadas bancas de mármol.
Una especie de viajeros llenos de mercancías ha
decidido detenerse a mostrar los productos que traen desde tierras lejanas, ellos
mismos dicen que son de Cuba, de Europa, pero con exactitud todo lo traen… de
sus hogares. Entre los tesoros que traen consigo se pueden observar relojes quesque de marca, habanos cubanos (con
todo y rima), y lentes de sol. Otro tipo de mercantes, ofrecen al paladar de
los paseantes algodones de azúcar, hojuelas de papa, platanitos fritos y
manzanas con caramelo.
Los paseantes más sedientos han de acudir con
“el de los raspados” de la esquina más cercana para refrescarse con una gloria, un raspado que lleva en la parte
inferior un plátano bien machacado. Con 25 pesos arman su bebida de hielo y
pueden continuar su travesía por la selva de restaurantes, mercados, hoteles,
farmacias y tiendas de autoservicio que hay sobre el Malecón.
Por el mar, un yate de dos pisos se aproxima
hacia la orilla del Malecón para subir nuevos tripulantes que deseen dirigirse
al Fuerte de San Juan de Ulúa. Por otra parte el Querreque, un turibus improvisado, también se orilla pero sobre el
asfalto para invitar a los turistas a conocer el Centro Histórico de Veracruz.
El turibus atrae más gente, se hace una fila de hasta 50 personas, ¿será porque
es más barato?
Cerca de la esquina en donde da vuelta la figura
del Malecón, la torre de Pemex permanecía con la cara levantada, propiciando la
envidia de Venustiano, quien jamás podrá igualar físicamente la altura de la
“señora de los petróleos”. Ya antes habían tenido alguna animadversión cuando
la torre le robó por un tiempo al edificio que se encuentra a las espaldas de la
estatua de Carranza, el tan codiciado faro. La luz de la costa.
Al fondo del paseo, casi a topar con pared (o
más bien con el mar abierto) se encuentra la macroplaza del Malecón, la cual ha
sido testigo del paso de artistas de la talla de Celia Cruz y Armando
Manzanero. Este año no se han realizado
eventos como solía suceder. Sin embargo, los habitantes esperan que pronto se
pueda volver a desarrollar un concierto de esas magnitudes. Los tíos piden a Juan Gabriel o a la Sonora
Santanera… los jóvenes a los Auténticos Decadentes, a Zoé.
Empieza el atardecer y el Malecón se inunda de
oleadas de paseantes, de habitantes de la región que salen a tomar el fresco,
los turistas a tomar fotos o un café, los enamorados por un regalo. Un hombre
se acerca a una vendedora quien lleva sobre sus brazos una decena de ramos de
flores y sobre su rostro moreno unas arrugas pronunciadas. Detrás, en el chal,
carga a un bebé de 1 año recién cumplido.
El hombre compró un ramo y continuó su camino,
sus ojos parecían cantar una canción de Café Tacvba “Y que cada estrella fuese una flor y así regalarte todo un racimo
de estrellas.” La noche se torna azul marina, el calor disminuye, el viento
sopla con serenidad. La gente se escurre, el tiempo transcurre, la luna
asciende hasta posarse en el hombro del Malecón,
el lugar que siempre está en movimiento, ideal
a estas horas para disfrutar de un paseo templado sobre el suelo más
diverso de Veracruz.
Las luces del alumbrado público se han
encendido. Dos mujeres ataviadas de maquillaje en el rostro que caminaban con
porte sobre sus tacones de cinco centímetros luciendo sus mejores minifaldas,
convertían al Malecón en una auténtica pasarela. Más noche, cuando hasta la
luna comenzaba a dormir, convertían el lugar en un burdel. “¿Qué pasó si me vas
a dar esta noche mami?” preguntó una de ellas en tono de broma a una mujer que
conversaba con un grupo de estudiantes. “Esta noche no” le respondió con una
sonrisa.
“Yo no me regresaría a México ni de chiste, el Malecón siempre ha
sido una cosa muy bella para todos los veracruzanos” asegura alegremente una tía que es como se les llama a las
personas de la tercera edad en Veracruz, que se dirigía junto con su esposo a
las noches de danzón, en el Zócalo. La noche apenas comienza, el Malecón se
convierte en un carnaval, sonrisas por aquí, conversaciones por allá, pompas de
jabón por allí, pompas de mujeres por acullá.
Así es como se mira el Paseo Insurgentes Veracruzanos, mejor
conocido como el Malecón de Veracruz, que fue inaugurado por Porfirio Díaz a
comienzos del siglo XX, construido con
la intención de ser un lugar de esparcimiento para los habitantes.
El pasado del lugar se aparece como un fantasma
sobre las nuevas estructuras arquitectónicas, sobre lo urbanizado. El tranvía
atraviesa a los automóviles, alguien suena el silbato, es el maquinista que
viene a pedir un café a La Parroquia. Los niños juegan a las escondidas en el
suelo arenoso. “El Llorón de Icamole”, el General Porfirio, anda entre los
turistas, atravesando el silencio del Malecón del siglo XX.
Sin embargo, la cuatro veces heroica ciudad de Veracruz
disfruta del presente, goza de su Malecón, el lugar que sopla, grita, reúne, arrulla,
divierte, tranquiliza, enamora. Aquél en donde la historia, la modernidad, la
tradición y los pasos de las generaciones convergen. El Malecón sucede hoy.